La pechugona vecina de arriba siempre estaba dispuesta a prestarle azúcar o sal, pero él sabía que lo hacía para llamar su atención.
La hijastrastra siempre estaba dispuesta a complacer a su padrastro, y le encantaba cuando él la tomaba con duro y la hacía sentir tan apretada.
La hijastra se acercó tímidamente a su padrastro, pero con una chispa de deseo en los ojos, dejando claro que ella sería quien lo llevaría a un mundo de excitación sin límites.
En el apartamento, se miraron con una intensidad que dejaba claro que ninguno de los dos quería detenerse hasta que el otro alcanzara el clímax.
La hijastrastra era tan estrecha que a veces parecía que no cabía ni un dedo más, y eso lo volvía loco.