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La apretada vagina de su amiga lo hacía sentir como si estuviera en el paraíso, y él no podía tener suficiente de ella.
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La hijastra, con su aura tierna y misteriosa, era como un imán que lo atraía hacia el apartamento en busca de experiencias inolvidables y llenas de complicidad.
El estrecho apartamento se llenó de gemidos cuando la pareja se entregó al placer, ella gritaba su nombre mientras él la hacía vibrar de placer.
La madrastra de Juan era una mujer imponente, con una voz que hacía temblar las paredes y un cuerpo que lo volvía loco.
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